martes, 26 de octubre de 2010

La Ciencia del azar

Muchos de los descubrimientos de los que hoy disfrutamos son fruto de la casualidad, se aplica el término serendipia a un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado.
Os cuento el caso del microondas y los cristales de seguridad de los parabrisas de los coches.

El MICROONDAS


El magnetrón es el tubo que produce energía de microondas. Fue un elemento esencial en la construcción del RADAR. Los científicos pretendían frustrar los planes de los nazis y fue un elemento que contribuyó decisivamente a la defensa de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial.
Un día de 1946, un ingeniero de la Raytheon Company llamado Percy Spencer, probaba un tubo magnetrón cuando metió la mano en el bolsillo donde guardaba una tableta de chocolate y encontró que se había derretido hasta convertirse en una masa pegajosa. Spencer sabía que los magnetrones generaban calor, pero él no había notado calor alguno. Aun así, ¿podía el calor del magnetrón ser la causa?
No estaba preocupado por la mancha en sus pantalones, sino intrigadísimo por todo aquello. Así que envió a buscar una bolsa de granos de maíz, los puso cerca del magnetrón y a los pocos minutos obtuvo palomitas en el suelo del laboratorio. A la mañana siguiente, llegó al laboratorio con una docena de huevos frescos. Puso uno de ellos en un recipiente con un agujero que alineó con el magnetrón. Un colega suyo, curioseando, se acercó demasiado y se encontró con la cara salpicada de huevo. Spencer comprendió inmediatamente que el huevo se había cocido de dentro a fuera y la presión lo había hecho estallar. La pregunta era, ¿por qué no otros alimentos?


CRISTAL DE SEGURIDAD

El descubrimiento del cristal de seguridad fue debido a un accidente. En 1903, un químico llamado Édouard Benedictus subió a una escalera en su laboratorio para buscar unos reactivos en un estante e inadvertidamente hizo caer un frasco de cristal. Oyó cómo se rompía pero, al mirar al suelo, observó cómo los fragmentos continuaban más o menos unidos y mantenían la forma del recipiente.
Al interrogar a un ayudante, Benedictus se enteró que había contenido una solución de nitrato de celulosa, un plástico líquido que se había evaporado y que, al parecer, había depositado en el interior una delgada capa. Puesto que parecía limpio, el ayudante no lo había limpiado y lo había devuelto directamente al estante. Benedictus escribió una nota, pero olvidó el incidente.
La misma semana de ese descubrimiento, un periódico de París publicaba un artículo sobre la reciente racha de accidentes automovilísticos, y cuando leyó que casi todos los conductores gravemente heridos lo eran por causa de los cortes le llegó la inspiración: Estuvo 24 horas seguidas experimentando con capas de líquido que aplicaba a cristales que luego rompía: La tarde siguiente había producido la primera pieza de Triplex (cristal de seguridad) que se presentaba lleno de promesas para el futuro. Se trataba de dos láminas de cristal que encerraban una lámina de celulosa entre ellas.
Los constructores de coches se mostraron poco interesados por dichos cristales, decían que la seguridad en la conducción dependía, sobre todo, de las manos del conductor y no del fabricante. De hecho, se habían incorporado medidas de seguridad para prevenir accidentes, pero no para minimizar los daños si se producía.
La primera aplicación de aquel cristal fue en las máscaras de gas. Después que los fabricantes de coches examinaran los buenos resultados en los campos de batalla, la principal aplicación pasó a ser, efectivamente, los parabrisas de los coches.
No obstante, esto no solucionaba todos los problemas. En caso de rotura, el contacto con la parte interior del parabrisas podía producir cortes en la piel. Para prevenirlo, se decidió añadir una segunda capa del plástico central en la parte interior. En 1987 se instaló en algunos coches a modo de prueba y los resultados fueron muy prometedores. En una colisión frontal, la cabeza de una mujer golpeó contra el parabrisas que tenía esta nueva capa. Sufrió una fuerte contusión pero no tuvo cortes en la cara ni en la cabeza.


Fuentes:
“Las cosas nuestras de cada día”, Charles Panati
“Serendipia”, Royston M. Roberts

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